PERO TOMÉ EL DINERO y tomé el
portafolio lleno de documentos y dije que sí. Me haría cargo del caso de los
locos de la taiga. Resolvería un acertijo. Le diría, a final de cuentas, muchos
días después, con el cabello ya muy crecido, que nadie sabe nunca por qué. Que
el desamor aparece igual que el amor, un buen día. Pero creo que tomé el dinero
y el portafolio lleno de documentos y dije que sí porque quería regresar a
decirle que, igual, que justo como el amor, el desamor un buen día se va.
También.
Quería regresar para
decirle: tenías razón. Es imposible recordar algo para siempre. Sobre todo algo
sin camino, sin transcurso. Quería decirle, en voz muy alta, cómo lastima la
duda. Esta vez era mi turno. El acertijo iba a ceder frente a mis ojos, a
revelarse.
¿Qué tan cierta era
la locura de los locos de la taiga? ¿La tuya? Muchos días después le hablaría
de ti, Mujer Oscura. Le diría que nunca supe muy bien por qué pero que siempre
supe que eras tú. Tú la taiga, tú el mal, tú las horas que quedaron suspendidas
en medio de los papeles del portafolio y el dinero. También. Tú la locura/el
(des)amor. Esa sustancia elemental, transformadora. Tú la oscuridad apelmazando
la sangre en las noches húmedas, aquí donde las cabezas ruedan sin
atrevimientos poéticos, donde la fatalidad del cuerpo, donde su desgarre es. Y
nos toca.
-Cuéntame, ¿qué se
siente?
-¿Qué se siente qué?
Le diría que siempre fue un cómo. Le
diría que un buen día desapareciste. Síntoma de una enfermedad extraña:
acertijo. Le diría que la sangre no es un síntoma. La sangre siempre es la
causa de todo.
(A partir de un fragmento de El mal de la taiga de CRG)