4 de octubre de 2011

A PARTIR DE AQUÍ



Éstas son las versiones que nos propone:
un agujero, una pared que tiembla...
Alejandra Pizarnik


-Es cierto, Dorotea. Me mataron los murmullos.
 Juan Rulfo


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Esta es la historia que imagino para el espacio que existe entre el final y el principio. Él siempre estuvo en un plan de prometerlo todo. Siempre los ojos claros, esas pupilas casi transparentes. Y así fue: prometió todo sin dar nada, porque las promesas lo dejan a uno sin poder ofrecer algo después de conjurarlas.
A los diecinueve años no se cae en la cuenta de que la ilusión cuesta cara, las obsesiones de la gente nos parecen comportamientos interesantes y necesarios. Ella acumulaba deseos postergados, pupilas infinitamente claras. Él era una promesa esperando, esperándola. Era el mar salado y tempestuoso; inasible. Era voz dentro de ella, consuelo.

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Esta es la historia que te cuentas cuando tu madre jura que tu padre ha muerto. Cuando la sentencia te llega como de lejos. Salada y transparente. Y crees todo en ese instante y no haces más preguntas.
           Ella va desmenuzando cada recuerdo, cada imagen. Voz adentro, palabra adentro, mar adentro. Claridad perpetua su memoria, donde el deseo todavía sabe a sal de carne tierna.

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Dice la historia que fuera de la perfección del deseo sólo queda ella. Ella con las voces dentro, con los ojos claros y salados. Y que luego de dictar promesas podemos salvar sólo unas palabras, palabras que existen si las decimos, aun en voz baja. El mar dentro del mar. El deseo que no se acaba, ella. La muerte de un extraño, íntimo y desconocido miedo. Claro. 



(Epílogo:
Ella se desnuda en el paraíso/ de su memoria/ ella desconoce el feroz destino/ de sus visiones/ ella tiene miedo de no saber nombrar/ lo que no existe.)